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Este jueves, relato: Soledades

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Soledad transgredida. Busco la soledad entre la gente.  La soledad elegida. La que reconforta y estimula. La que encontraba hace años al salir a la calle.  En el autobús.  En las terrazas.  En los pasos de peatones, incluso en el bar. Soledad, hoy hipotecada, perdida, vendida al diablo. Los espacios grandes o pequeños, abiertos o cerrados se han convertido en un inmenso, incómodo, incontable, irrespetuoso y universal locutorio telefónico. Gestos. Exclamaciones. Risas gratuitas. Gritos que intimidan y susurros que también. Al instante, uno se convierte, sin querer, en testigo de confesiones, planes, divagaciones, reproches.  Espectador —más bien auditor— de secretos, enfermedades, verdades a medias y mentiras enteras. La vida de otros en definitiva, que al mismo tiempo es la nuestra. Poco a poco, día tras día, año tras año, agresión tras agresión. La búsqueda de la soledad se ha convertido en una insufrible pesadilla. ¿ Dónde estás, querida  soledad ?

Este jueves, relato: Juegos de infancia

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Juegos en el barro. Mi calle era estrecha y larga. Tenía nombre de heroína y ambas, calle y heroína, fueron testigos de mis primeros juegos. Me veo en ella de niño. Descubriendo olores, compartiendo tiempos, haciendo amigos e inventando enemigos. Frente a mi puerta las casas se interrumpían y el sol colaba sus rayos iluminando las fachadas que iban del 60 al 68. Ese gran solar todavía no robado al campo era cuartel general de lagartijas, perros, gatos y alguna que otra gallina. Tengo tres fotos de aquella calle.  En una de ellas, agachado, lanzo una canica de arcilla marrón al aire: Chiva. Pie-bueno. Tute. Matute...  ¡Gua!. Calle de panas y boinas, delantales y alpargatas. Y barro, mucho barro, que despiadadamente nos dejaba la lluvia para enfado de mi madre. Al fondo un solar donde se interrumpían las casas y mi abuela, con la colada repartida sobre el confiado arbusto, recibía gratis el sol a través de linos, lanas y algodones. Yo, con ropa de ensuciar,

Este jueves, relato: Lo uno y lo otro.

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Abril 1960 Esa noche no aparecieron por casa.  Julia, Edu y él habían estado maquinando la forma de escapar de sus casas a la búsqueda de un mundo mejor. Uno que les permitiese hacer suficiente fortuna para sacar a sus familias de la miseria en la que se encontraban. La noche les sorprendió en un bosque cercano y decidieron descansar hasta la madrugada. El destino era improvisado, igual valía un autobús a Barcelona, un auto stop a Alicante o la bodega de un buque en dirección a Mallorca. Los tres juntos acurrucaron sus minúsculos cuerpos prometiéndose amistad eterna. Unidos para siempre. El miedo y la noche se unieron para darles la alternativa lejos de los suyos, del brasero bajo la mesa camilla y la bolsa de agua caliente, pero su decisión era firme y aquella promesa, para ellos, era un compromiso vital. Agosto 1980. Julia y Edu esperaban su primer hijo. Ella insistió en llamarle como a Luis al que, con la misma insistencia, propuso como padrino. Aquella mañana,

Este jueves, relato: Sentimientos encontrados en la Navidad

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Había decidido dedicar la primera hora de la mañana a comprar algunos de los regalos de Reyes. Eran mínimos. Solo unos pocos faltaban para completar mi lista de compromisos. Intuyo un principio de mañana tranquila, la hora es buena y el día todavía no ha hecho más que empezar. Alcanzo las puertas del gran almacén, recién abierto y al fondo veo la sección de música cuando empieza a sonar mi iPhone: —Escucha con atención, me da lo mismo que sea víspera de Reyes, necesito el proyecto, quiero algo para primera hora de esta tarde, ya sabes mi correo. Alterado y confundido llego hasta el mostrador de clásica, busco y pregunto por «La Traviata» de Salzburgo. —Lo siento pero acabo de vender la última —me responde la dependienta. Ya en la calle, en busca de la dichosa ópera  y al doblar una de las esquinas, me tropiezo con un indigente: —¡Dame algo para un café! Rastreo el fondo de mi bolsillo y al tacto reconozco una moneda de 2 euros, no quiero sacar la totalidad de ellas

Este jueves, relato: Pérdidas

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Semana de pérdidas perdidas. Hoy, primer día de mi ausencia me ahoga la melancolía y me desbordan los recuerdos. No quiero mirar atrás. Hoy, segundo día sin mirar atrás, perplejo en este nuevo amanecer, me lleno de pérdidas irrecuperables. No me caben más de las que me traje. Hoy, tercer día perdidas mis pérdidas me veo oscuro y gris, y no sé como iluminarme para encontrarme. Hoy, cuarto día entre nubes me visto de mentiras, me disfrazo de otro que se me parece, lo intento... pero no se lo cree. Hoy, quinto día de no ser yo, me circunda el amor. Sólo tengo que estrechar el círculo y hacerlo mío. Se me escurre, es de agua. Hoy, sexto día de llorar intento rehacerme deseando el deseo, pero el deseo es muy caro y no está a mi alcance. Hoy, séptimo día de renuncias me lleno de recelos y envidias gratuitas. Solo, llego hasta el horizonte, cruzo su puerta y me pierdo para siempre. Foto: Ibán Ramón  Encontrarás más pérdidas en el blog de Charo

Este jueves, relato: Un giro inesperado.

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—¿Qué es el destino? Se preguntaba el poeta mientras sentía el peso de una metafísica gravedad sobre su pecho. Hasta hace unos días no creía en él. Era poeta. Poeta existencialista. Poeta de reivindicar. Poeta de contestar. Poeta de anti todo. —¿Qué es el Destino?  Se seguía preguntando en medio de aquella nueva oscuridad. Hasta hace unos días se respondía a sí mismo repitiéndose que, el destino, no es ni más ni menos que el tino, sin des, con el que se hacen las cosas. En su caso la excepción confirmaba la regla. Qué era si no esa circunstancia que padecía o disfrutaba casi a diario, sin excepción, irremediablemente, da lo mismo la hora o el lugar; hasta el punto de replantearse creencias y fabulaciones respecto a por qué sucede todo, generándosele dudas existenciales que minan sus más torcidas convicciones. A estas alturas estaréis preguntándoos, qué es eso tan trascendente que cada día, sin excepción, tambaleaba su fe en lo puramente circunstancial. ¿Es eso el destino, el az

Este jueves, relato: seis + una : ninguna.

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El paseo diario por ese submundo que era su barrio, a Elisa, le divertía. Era un continuo jugar con unos y otros. Minutos de estímulos próximos y posibilidad de estrechar lazos, cuando no, de atar otros nuevos. Se movía con diligencia, corría, jugaba, saludaba, y se paraba pegando la nariz al cristal en el escaparate de la juguetería. E n el barrio, Elisa, ampliaba conocimientos, perdía miedos y hacía amigos, muchos. Por encima de lo que pareciese, para ella, era un lugar que descubrir. Honesto. Divertido. Abierto y solidario. También, a veces, alevoso, distante e impersonal. Solo había que dejarse llevar, disfrutar de él y volver pronto a casa. Al fin y al cabo, cada día y de forma invariable vivía escenas como estas: —Elisa espera , baja la basura. —Elisa levanta el culo del sillón y ponte a estudiar. —Elisa anda derecha que parece que naciste cansada. —Elisa no sales a la calle hasta que no te lo hayas comido todo. —Elisa apaga la tele y a dormir . —Elisa,

Halloween en Irán

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«Me acuso de ser mujer y al parecer, por el hecho de serlo, peco reiteratívamente. Ahora, esperando el final pienso en lo cara que es la vida». Así se confesaba Zhara a un dios desconocido en cuyo nombre iba a sufrir la más cruel de las penitencias. No importaba el pecado, que en ningún caso lo era..., salvo el de ser mujer. La primera piedra le alcanzó de lleno en la clavícula, el cuello de la escápula se partió por la mitad, justo en el sitio en el que de niña apoyaba los sacos de grano que llevaba a casa. La segunda abrió una brecha en su frente, dibujando un hilo de sangre y un río de dolor, se tambaleó y cayó de rodillas. Una con arista viva le golpeó el pecho cortándolo en diagonal, justo por donde hacía unos meses brotaba la leche que detenía el desesperado llanto de su recién nacido. Ahora la leche era roja. No ubicaba los dolores, su sonrosada piel se llenaba de cercos morados con manchas rubíes. Un golpe agudo en el pie la despertó de su abandono, los dedos

Este jueves, relato: ¿Qué hace esto aquí?

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«Cuando sea mayor quiero ser tenor. Orondo, con la barba recortada y sobreactuando con torpeza premeditada en el teatro de mi pueblo». En eso pensaba Liborio cuando, soñando despierto en medio de su rebaño de ovejas, se posó un extraño objeto volador del tamaño de una cabina de teléfonos con dos focos deslumbrantes. Una vez el O.V.N.I. quedó en silencio, bajó de él un bicho de dos patas. Metálico. Con lucecitas. En un abrir y cerrar de ojos, el bicho lo abdujo llevándolo al portamaletas de aquel artilugio volador. Elevarse y desplazarse en paralelo fue todo uno. Aterrizar en el Teatro Real y escupirlo en el suelo del escenario, todo dos. « Una furtiva lágrima » salió de su garganta. Su voz, limpia, irrumpió vomitando agudos impensables, entonaciones grandiosas, como hacía tiempo no se escuchaba en esa catedral de la lírica.  Sólo las ovejas supieron, en primera persona, de aquel sueño de Liborio hecho realidad. ¿Quién puso allí ese artefacto volador? Más cosa fue

Este jueves, relato: Hospitales

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Los blogs son como la bitácora de a bordo en la que, a veces, cuentas todo lo acontecido en este barco que es tu vida y de la que uno es capitán y grumete al mismo tiempo. Al menos esa fue la intención inicial. Pero este diario de plasmar en «intimidad» lo cotidiano, al final, se convierte en una arbitraria aportación de mensajes, reivindicaciones, informaciones de carácter general, relatos de ficción y algún que otro cuento en el que nos dibujamos de espalda para disimular, cuando no para engañar. Hoy siento la necesidad, o al menos el gusto, de contar una experiencia que me ha dejado totalmente descolocado. Esta tarde he estado en Urgencias, en el Hospital La Fe de Valencia. No, en el nuevo  no, en el viejo, el de siempre. Ese en el que acudíamos muy a pesar nuestro acompañando a alguno de nuestros hijos con una brecha en la cabeza o siendo acompañados por alguno de ellos, porque se nos había disparado la tensión. Ese en el que dábamos mil vueltas para aparcar el coche y q