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Este jueves, relato: El Chocolate... ¿Justiciero?

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Soy como un mar sin color de mar. En mi centro, ella, aleteaba desesperada. Perdida. Borracha de dulce. Desorientada sobrevivía a duras penas. Las orillas, perdidas en horizontes verticales, parecían inalcanzables. La fuerza disminuía mientras daba vueltas sobre sí misma. Su voluntad chapoteaba en busca de un milagro que se demoraba. —¡Injusto final! —grit ó. Lo intentó una vez más pero la gravedad le era adversa. Qué trágico. Qué grotesco. Qué ridículo. Sólo unos segundos y ella, la mosca más «cojonera» de todas, sucumbiría ante mí, en este inmenso tazón de chocolate. Más sobre chocolates en el blog de Maribel

Los jueves, relato: "Bendita Primavera"

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Mi primavera suena a obertura trompetera. Da lo mismo quién esté detrás de esas notas propias de la más exquisita fanfarria: Verdi o Wagner, Mozart o Tchaikovski. Da lo mismo, trompetas que tambores, la primavera siempre se hace notar. Cambia el color, el olor, la temperatura, la hora, hasta el ánimo, el nuestro, el de los animales y el de las cosas. «Señoras y señores, con todos ustedes… tachinnn, tachinnn, tachinnn: ¡LA PRIMAVERA!». Y es entonces cuando ella, vestida con tules vaporosos y desmedidas lazadas al viento, aparece entre una ligera lluvia de confetis y serpentinas que le hacen un pasillo multicolor. Una vez superada la excitante y aparatosa euforia de la bienvenida, la primavera, nos abraza con un solo de violonchelo, grave, alargando notas hasta suspenderlas en el tiempo, de tonos violetas como la Semana Santa. Entran en escena el resto de la orquesta que, con colorido renovado, prorrogan las partituras, dibujando en el cielo una bandada de preludios e intermez

Este jueves, relato: Bajo el influjo de INSOMNIA

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Insomne me deslizo hacia un lateral de la cama y, apoyando los pies en el tibio parquet, me incorporo lentamente. Mi madrugada, se dibuja en mi subconsciente, paseándome en la penumbra que cubre el recorrido hasta el balcón. Mi primera visión se detiene ante un espantapájaros, vestido con mi ropa de ayer. Lo intuyo en la oscuridad de la habitación, acaricio sus hombros que reflejan las luces que se cuelan desde el exterior. Erecto, suficiente, ordenado, arriba esto y debajo lo otro. El extraño maniquí, al que siempre le ha faltado el sombrero de paja, me saluda ausente, descabezado, parco en palabras. Lo suyo no es la interlocución. Solamente una vez, en un alarde de locuacidad me confesó que su fuerte era vigilar mi sueño, o mi desvelo, que también los hay.   El objeto no tenía nombre, en el onírico mundo de mi existencia a medias no hacía falta, sólo vigilaba. Su sexto sentido era suficiente para identificar y señalar cada uno de los misterios de aquel rosario en blanco y ne