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Este jueves, relato. La fiebre del Loro.

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Dña. Josefina, peinaba canas. Ya no celebraría más aniversarios que empezaran por siete. Perdida ante la ventana en uno de esos ensimismamientos vitales recordaba el día en el que le regalaron a Pavarotti. Ella, austera dónde las haya, no almacenaba en su casa ni media docena de objetos inservibles, pero la llegada de aquel pájaro que vomitaba sin interrupción cientos de palabras inconexas le provocó un singular atractivo. Incorporar a aquel parlanchín a su entorno fue una tarea entretenida y estimulante. Hoy todavía no se explica aquel giro en el comportamiento de Pavarotti, su silencio repentino, su aislamiento en una esquina de la jaula y las continuas diarreas. Tomás el veterinario lo confirmó en un santiamén: -Es psitacosis, doña Josefina, debe deshacerse cuanto antes de este loro o su fiebre acabará con usted- Más cosas serias como estaen la jaula de Juan Carlos

Este jueves, relato. Que contento está.

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Él, suele emocionarse al menos varias veces al día.  Hoy sin ir  más lejos, lo ha hecho mientras desayunaba escuchando una canción que oía de niño con su padre, y más tarde, cuando divagando con el tirillas de su nieto le ha dicho zalamero: “Yayo, imagínate por un momento que en mi celebro…” le ha dejado de una pieza, no por el contenido lábil de la frase sino por la construcción de la misma. Todos los días, la vida, como en un torrente le regala unas cuantas de esas alegrías, vienen sin buscar y se posan como burbujas chispeantes en terreno abonado. Porque ella, la mujer de su vida con su dulce tintinear ha sembrado de cariño su existencia. En la distancia corta, su sonrisa es la de un oleaje malote, como aquel beso con sabor a simiente de ajonjolí, que quedó impregnado para siempre en sus labios. Hay algo más que le hace feliz, despierta su sensibilidad y le abre al reino de las emociones, y desconcertado por ello se pregunta: ¿Qué hay entre vos y yo? Él, cómo no

Love duet

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Anochece, el cielo está limpio y estrellado, Butterfly avanza lentamente hacia Pinkerton que descansa en un banco del jardín, se arrodilla a sus pies y le mira tiernamente casi suplicándole. Las cuerdas frasean entre sí abrazando las primeras insinuaciones amorosas de La Mariposa, revoloteando como ruiseñores desde el fondo del jardín “Amadme por favor aunque sea un poquito, como se ama a un niño, como a mí me corresponde, amadme por favor” Pinkerton toma con dulzura las manos de Butterfly  abrazándola tiernamente “Deja que bese tus queridas manos, ¡mi Butterfly!, Yo te he atrapado, Te abrazo apasionado. Eres mía, Si, para toda la vida” ...Se incorporan los vientos, que con una cadencia metódica y envolvente dibujan los fraseados amorosos de ambos “¡Es una noche serena! ¡Mira: todo duerme! ¡Ah, que noche tan dulce! Cuantas estrellas, ¡jamás las vi tan hermosas! La orquesta en pleno se insinúa una y otra vez en la construcción de la melodía que nos lleva lenta pero i